Acompañando a las papas en su proceso de reproducción y crecimiento.


Resulta difícil no prestar mayor atención a los sentidos cuando una se adentra en la precordillera. Estar rodeada de cerros, recibir la intensa luz del sol sobre el rostro y respirar conscientemente el aire fresco propio de las zonas en altura pareciera generar una profunda sensación de tranquilidad y calma.

El agua que brota de la cordillera se encausa en estrechos canales de cemento que recorren los pueblos y alimentan la vida en cada lugar. Desde la casa de Erika, el sonido que más predomina en el ambiente es el de las aguas corriendo por el canal que pasa junto a su casa. Un sonido que a veces incrementa y otras disminuye, pero que siempre permanece constante.

Ese constante correr de las aguas parece ser una suerte de metáfora del tiempo y el ritmo de Erika durante el transcurso del día. Son muchas las actividades que debe realizar durante el día y a veces el tiempo parece no alcanzar, “el tiempo es oro” me dice Erika, y parece que en todo momento vuela de un lugar a otro, muy concentrada en sus quehaceres diarios.

Erika se dedica a hacer productos de leche de cabra, quesos y yogur principalmente, además vende un delicioso pan amasado cuando le toca ir a la feria de productores locales en Putre. Tiene su chacra a unos veinte minutos caminando cerro arriba, ahí cultiva algunos de sus alimentos que luego guarda para abastecerse durante un buen tiempo.

A pesar de lo maravilloso del lugar, la vida en los pueblos del interior no es sencilla, implica un arduo trabajo diario. En palabras de Erika: “Acá es sacrificado para vivir… la remuneración no es alta, es para vivir nomas, pero no es para hacerse plata, millonario de la noche a la mañana, no. La ventaja es que tú estas sano acá, que tu disfrutas el aire, la naturaleza, los que sabemos apreciar esto, y los que no dicen “oh! Cómo viven acá?” (ríe).

Ella pone las cosas en una balanza, y a pesar de todo el trabajo que conlleva su vida diaria en Belén, esa es la vida que eligió hace más de diez años, dejando atrás la vida que llevaba en la ciudad de Arica. Y fue principalmente por temas de salud que decidió retornar a Belén, la tierra que la crió, donde paso sus primeros años de infancia y dio a luz a dos de sus tres hijos.

Al igual que la mayoría de los habitantes de los pueblos del interior, Erika optó por migrar a la ciudad para encontrar trabajo y darle una mejor educación a sus hijos. Esas son unas de las principales razones por las cuales la mayoría de los pueblos de pre cordillera se encuentran actualmente casi despoblados. Sobre eso, Erika me decía con una profunda calma: “bueno yo creo que con el tiempo… la misma naturaleza les va a hacer volver, porque la sangre o el gen de nuestros antepasados siempre hay en nuestros corazones, en nuestra mente, que nos alumbra que somos de campo y somos sangre de acá. Yo creo que un día van a volver, van a volver.”

Erika parece haber encontrado un refugio en su tierra materna, ahí se siente libre, sube los cerros y se conecta con el aire y con el sol, cultiva sus alimentos, convive y se acompaña con sus animales. En sus palabras: “los que realmente amamos nuestra tierra, amamos a donde vivimos, lo valoramos mucho, porque sabemos que la muerte es más pausada, no es como en la ciudad, que la muerte es rápida…”

[Sobre el video:
Este breve relato visual fue creado con las fotografías que pude tomar durante mi estadía en Belén.
Lo que se escucha de fondo es el sonido del agua que corre por el canal de la casa de Erika, el audio lo pude sacar de un pequeño video de ocho segundos que grabé allá, por ende lo que escuchan ahí es un constante loop que se repite y acompaña las imágenes. Aquello con la intención de acercarlxs un poco más al lugar y a lo que se puede sentir estando allá.]

Agradecimientos especiales a Erika Véliz por recibirme en su hogar aquellos días, permitirme acompañarla y conocer un poco más de su vida en Belén

Llegamos a Socoroma al atardecer del 19 de noviembre. El volcán Taapaca se veía hermoso y sentí que nos daba la bienvenida mientras escuchaba la asamblea de pájaros del árbol que custodiaba la habitación del hostal.

Le di mis excusas a la señora María Luisa, administradora y cocinera del lugar, porque nos estaba esperando desde temprano. Me contó que había plantado maíz y que estaba ocupada en las tardes porque el campo se llenaba de venados que se comían las semillas. A lo lejos se escucharon unos petardos e imaginé que era para espantarlos. Quise ir a verlos, pero ya caía la noche, creí que no me faltaría la oportunidad.

Al otro día, muy temprano, llamé a don José Flores y quedamos en reunirnos a las 13.30 horas en la plaza del pueblo, así que tomamos desayuno tranquilamente y salimos a caminar en dirección al cementerio. Subimos por el mirador del salto del agua para hacer registros sonoros. Bastó caminar sólo un poco para comenzar a escuchar con nitidez las aves, algunos bichitos, hasta creí ver una ratita café.

En el cementerio hice algunas fotografías y saludé a un par de persona que transitaban hacia o desde los huertos. Me pareció que había mucha gente trabajando en el campo, “quizás debido al tiempo de cosecha y de riego” me dije. Intercambiamos unas palabras con una señora que hacía pequeños surcos en la tierra para que pasara el agua, parecía un trabajo delicado que el sol de la mañana hacía ver como una red brillante que me recordó las telas de araña.

A las 13.30 horas en punto me reuní con don José que vestía una mascarilla verde que decía “Oro Verde”. Estaba apurado porque tenía varios compromisos pendientes asociados a las labores de riego, después también supe que con apoyo de Servicio País y una consultora ariqueña, algunos agricultores de Murmuntani y Socoroma crearon una corporación para la venta y exportación de orégano, y justo en esos momentos estaban preparando el empaque de bolsas. De todos modos, don José estuvo interesado en que registráramos su trabajo en una huerta que quedada frente al pueblo.

Estacionamos en un alto, frente a una estación metereológica y bajamos hacia la chacra, era un terreno en pendiente y muy accidentado, realmente difícil de llegar y más aún de volver, pero don José hace esos trayectos a pie varias veces al día. Si bien ya había regado, se interesó en hablarnos acerca de la tecnología de riego y los nombres en aymara de la misma, también quiso que registráramos el agua cayendo por una hermosa acequia de piedra que había heredado de sus ancestros.

Caminando de regreso pudimos conversar un poco acerca de la antigüedad del cementerio del pueblo que observa desde su chacra, pues se aprecian unos enormes eucaliptos que su propia madre había visto del mismo tamaño cuando era niña (ella falleció este año con 84 años de edad). Don José no cree que el cementerio actual sea del siglo XIV como reza el cartel de entrada, pero considera que al menos debe tener unos 300 años, pues su padre y abuelo fueron enterrados allí; en cambio, su tatarabuelo fue enterrado en el cementerio sobre el que se construyó la plaza de Socoroma.

Ya en el auto don José me pide que tome su “lápiz”, aludiendo a la herramienta que usa para regar, pero también para apoyarse mientras camina, y me dice “con éste nosotros dibujamos”. De pronto advertí que todas las personas con que nos cruzamos en el camino -hombres y mujeres- tenían una, yo misma había apreciado esa malla de delicados hilos de agua como un dibujo.

Es 21 de noviembre y llamo temprano llamo a la señora Matilde Flores que se encuentra en Belén, me dice que está sembrando maíz y que si no me apuro no alcanzaré a grabar. Entonces corro camino a Belén. Cuando llegamos la señora Matilde nos recibe un poco molesta y desconfiada porque señala que “nunca le devuelven nada”, intento comunicarle nuestra intención de no sobrecargarla ni menos quitarle tiempo, entonces nos dice que no tiene tiempo y que se siente muy cansada porque trabaja sola. Por lo demás, ella y su ayudante, un muchacho del pueblo, se preparan para ir a llenar un estanque, de modo que ésta y otras tareas las debe realizar intensa y diligentemente porque sube al pueblo desde Arica cada 10 días.

Los dejamos en el pueblo y regresamos horas más tarde. La señora Matilde se nos acerca más tranquila y confiada a decirnos que volviéramos el lunes porque realmente estaba muy ocupada trabajando en el riego. Se nota que está agotada y comprendo bien lo molesto que puede significar el que continuamente aparezca gente venida de la ciudad a imponer sus requerimientos y tiempos. Es sábado y nos indica que se quedará en el pueblo hasta el martes 24 porque debe recibir y poner guano.

Regresamos el lunes a Belén, noto que la señora Matilde está más tranquila y con la intención de que registremos sus labores. Riega un poco y poco a poco nos va contando que sus huertas de papas, choclos y habas la ponen orgullosa. Después de un rato, nos lleva a grabar sus alfalfas y las hermosas habas que ya han florecido. Las ha cultivado solo para el disfrute de su familia, aunque cuando tiene excedente los vende por internet gracias a la ayuda de su hijo.

Me pone en contacto con Diego, con quien acuerdo telefónicamente la devolución de las imágenes.